Sucios capitalistas. Una defensa política del póquer (y 2)
10 enero, 2011 Deja un comentario
(artículo publicado originalmente en Hay Timba. Viene de aquí)
En una entrada anterior intenté argumentar por qué creo que no es del todo cierto que el que de más dinero disponga más fácil lo tiene para ganar a póquer. No es un juego para ricos ni por lo tanto socialmente injusto o “de derechas” en sus reglas, si se me permite la expresión. Y sin embargo algo falla, algo sigue oliendo mal cuando uno baja a un casino a jugar tan pancho después de pasarse toda una sobremesa de domingo criticando con el cuñado las injusticias del capitalismo.
Por un lado, el casino no puede quitarse de encima, porque mucho de verdad hay en todo ello, su imagen de garito de blanqueo para malandrines de alto copete o de pasatiempo vacío para viejos de la calle Mandri con americana de tweed. El casino ha sido siempre un espacio burgués que, por usos, costumbres y confusiones ideológicas posmodernas, ha acabado en manos de los hijos de vecino, como el golf, el esquí o los bolsos Tous, ejemplos clarísimos de generalización del pijerío. Y, para ser honestos, que los casinos sean frecuentados por ricos no es argumento suficiente en su contra si detrás no hay razones económicas o sociales para que esto suceda; si pobres y ricos pueden confluir alrededor de una ruleta o de un tapete con la misma facilidad, porque la apuesta mínima es asequible y en el acceso al local no hay gorilas que distingan clases sociales entre los visitantes, no podemos culpar al juego de la presencia mayoritaria de potentados en los casinos.
Pero es que, por otro lado, hay para los críticos de izquierda un elemento como mínimo antiestético en el juego de azar, que desborda el póquer y los casinos y atañe a todo lo que tiene que ver con la apuesta. Ganar dinero gracias al azar es lucrarse sin aportar un producto o servicio que dé valor a la sociedad y sin el esfuerzo que supone el trabajo. Es una ganancia que, por tanto, aliena al jugador de las condiciones de producción de los bienes y rompe con la conciencia obrera de soviéticos sudorosos que mitifica el trabajo como actividad y, para colmo, como espacio de concienciación de clase. Vamos, que el dinero fácil no mola, que si no hay un producto y un trabajo detrás vaya usted a saber de dónde ha salido.